Llegó la pequeña cuando apenas tenía tres años y solo quería cuidarla,
enseñarla lo que ya había aprendido. La mayor una hormiguita responsable, la menor
un torbellino de alegrías, una reflejo de la otra como dos gotas de la misma fuente, tan
iguales, tan diferentes.
Jugaban, soñaban las niñas. Yo te enseño, tú me incordias. Yo confieso, tú
me guardas el secreto.
Risas y llantos a la hora de la comida. Inventamos juntas el modo de pasar
el tiempo, de pasar la vida. Tardes de invierno frente a la chimenea,
primaveras corriendo en los campos, veranos de playa, otoños de escuela.
Crecieron las niñas, vidas distintas, vidas paralelas y cajas repletas de
fotos que recuerdan el camino, recuerdan quién fuimos, quién somos.
Aunque a veces lejos, siempre tan cerca. Compartimos alegrías y lloramos
juntas las penas, las pérdidas de los que se marcharon.
El paso del tiempo volvió las vidas algo más complicadas pero las niñas
siguen allí, las confidencias, el apoyo, la misma complicidad. Ya no juegan,
pero todo lo demás sigue ahí.
Una pilar de la otra, incondicionales siempre, para todo.
Gracias por preocuparte siempre, por
encontrarme cuando me pierdo, por escucharme cuando necesito compartir, por
abrazarme y secar mis lágrimas en los momentos bajos.
Hoy revivo con emoción y alegría nuestros juegos, nuestras risas, el campo, la playa, la nieve... nuestras fotos.
Hermana, amiga, columna sin la que no se mantendría en pie nuestra casa,
gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario