Caminando sin rumbo, los pies descalzos sobre la arena fría del mes de
febrero dibujan el camino hacia quién sabe dónde, un camino que quizás no
vuelva a deshacer.
Zapatos en mano, el único equipaje. La brisa maneja este minúsculo cuerpo a
su antojo como un velero a la deriva en medio del inmenso mar.
El sol refleja todo su esplendor sobre el agua y mirando al horizonte, se
adivina una vieja maleta repleta de ilusiones caducas y sueños rotos que se perderá para siempre en él.
Tal vez algo me trajo a esta playa desolada a despedirme sin testigos de las
decepciones y desilusiones que cargaba en mi vieja maleta ya sin ruedas.
Abro los ojos, tendida sobre la tierra, mi cuerpo pegado al suelo como
formando parte de él, sola entre la arena y el cielo, ya sin cargas, creo que
puedo volar.
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